La Unión Europea se encuentra en un momento decisivo en su estrategia geoeconómica. Ante el progresivo deterioro de las relaciones comerciales con Estados Unidos, marcado por tensiones políticas, disputas arancelarias y enfoques divergentes sobre temas clave como la regulación tecnológica y la transición energética, Europa empieza a mirar con más atención hacia China como posible socio estratégico para los próximos años.

China, segunda economía más grande del mundo y uno de los principales socios comerciales del bloque europeo, ha demostrado su influencia en sectores como manufactura, tecnología y materias primas. En 2023, el comercio bilateral entre China y la UE superó los 850 mil millones de euros, posicionando a Beijing como un actor indispensable en la cadena de suministro global.

No obstante, el posible fortalecimiento de estos lazos genera tanto oportunidades como profundas inquietudes. Diversos analistas y líderes europeos han señalado que, si bien China representa una alternativa económica atractiva, está lejos de poder reemplazar a Estados Unidos como el principal socio estratégico de Europa.

“China es un socio relevante, pero también complejo. No se trata simplemente de reemplazar un socio por otro, sino de construir una red de relaciones basada en nuestros principios y prioridades”, afirmó Margrethe Vestager, vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea.

Entre las principales preocupaciones de la UE están las prácticas comerciales desleales de China, como los subsidios estatales masivos a empresas locales, las limitaciones al acceso de empresas europeas al mercado chino, y las denuncias por violaciones a los derechos humanos y laborales. A esto se suman los desafíos internos que enfrenta el propio país asiático, como una desaceleración económica, sobreendeudamiento del sector inmobiliario y un entorno normativo incierto para las empresas extranjeras.

Bruselas también ha enfatizado la necesidad de mantener una postura equilibrada entre la cooperación y la defensa de sus intereses estratégicos. La llamada “autonomía estratégica abierta” sigue siendo el faro que guía la política exterior y comercial del bloque. Bajo esta premisa, Europa busca diversificar sus alianzas, reducir su dependencia de un solo actor, y fortalecer su competitividad en sectores clave como la inteligencia artificial, energías limpias y producción industrial.

En el contexto actual, el debate no gira únicamente en torno a qué socio puede ofrecer mejores condiciones económicas, sino también sobre quién comparte los valores fundamentales de la Unión: democracia, transparencia, respeto al Estado de derecho y sostenibilidad.

La Comisión Europea ha anunciado que continuará evaluando de manera rigurosa las relaciones con China en el marco de su Estrategia Global, con especial atención en garantizar un comercio justo, equilibrado y seguro para ambas partes.